Pinochet is dead

Pinochet, la persona, es alguien que está siendo justamente llorado por su familia. Creo que ante ese dolor cabe guardar respeto y ojalá muchas de las personas que aprovechan las grandes pisadas de la historia para chacotear un rato sepan renocerlo. Es Pinochet, el ícono político, el que está siendo repudiado y añorado en este momento por las masas. No estamos hablando del viejito de 91 años que evitaba colaborar en los interrogatorios judiciales ya seguramente por mañas de la edad más que como parte de una estrategia política. Hablamos de un personaje sin edad, de un ícono a lo Warhol que se congeló con sus gafas oscuras en 1973 tanto como Marilyn Monroe lo hizo con su vestido ondulando al viento o el Che Guevara con su boina y su mirada encajada en la posteridad.

Al par de horas de la muerte de Augusto Pinochet anduve en el centro de Antofagasta. Pasé brevemente por la Plaza Sotomayor, donde unas diez personas hacían flamear una bandera del MIR mientras a corta distancia otro grupo improvisaba un número musical. En la Plaza Colón algunas personas hacían sonar ruidosamente sus bocinas, como cuando gana un equipo de fútbol. Vi en las pantallas de televisión de las tiendas que algo parecido, aunque mucho más multitudinario, ocurría en Santiago. Dos manifestaciones, de adherentes y detractor@s, tomaban cuerpo en el Hospital Militar y en Plaza Italia respectivamente. Grandes expresiones de dolor se enfrentaban a muestras de enorme júbilo al contrastar ambas reuniones. Sin embargo algo no me cuadraba. Sigue sin cuadrarme. Puedo entender el dolor de l@s adherentes, pero ¿qué celebra el otro grupo?

Pinochet no fue nunca juzgado por los numerosos crímenes de que fue acusado. Murió bien atendido, rodeado de sus seres queridos, con un pasar, para un hombre de 91 años, desproporcionadamente mejor que el de much@s viej@s que ni sueñan con alcanzar esa edad en este país porque no tienen los medios para pagársela. La posibilidad de juzgarlo murió hoy. El paradero de muchas personas desaparecidas murió hoy. La reparac¡ón que miles de personas en Chile aguardaron por décadas murió hoy. Todo el llanto, las fotos, las cuecas solas, quedaron para siempre en la sala de espera de la justicia. ¿Y entonces a qué vienen los bombos, las bocinas, las banderas?

Conversaciones con dos amigas me dan una explicación tentativa: ahora enfrentará a otro tribunal, del cual no podrá escapar. Ah, sí. Había olvidado lo creyente que es la gente en Chile. Eso explicaría lo que hoy estoy viendo. Sin embargo ocurre que de la existencia de ese tribunal no tenemos ninguna prueba, sólo fe. Por las dudas no hubiera estado demás que la justicia terrenal actuara y que luego Dios hiciera su parte. La culpabilidad o inocencia de Pinochet es, me parece, algo que definitivamente había que dar al César.

¿Y ahora qué? Enfrentémoslo. Mañana empezaremos a apreciar que el saldo de esta historia es que nuestras instituciones no se la pudieron ganar a la riqueza y a las influencias. Sigamos haciendo sonar las bocinas por eso.

Un pensamiento en “Pinochet is dead

  1. Rodrigo

    Llega un momento en que después de mantener una relación muy conflictiva, lo único que se quiere es cortar con todo eso y comenzar una nueva vida, sin buscar represalias por lo sucedido.
    Algo así pasó el día en que murió Pinochet, una deuda eterna de justicia que más que esperanza entregaba frentes arrugadas.
    Se murió, se terminó esa larga espera de justicia, ese martirio que carcomía la conciencia de aquellas personas que perdieron a alguien, o que vivieron la parte negra del periodo militar, como lo vivió mi padre siendo universitario.
    Yo celebré, estando en cama, que ese fantasmas, asesino del director teatral y músico Víctor Jara, al fin se halla evaporado del mundo, para dejar a nuestra propia conciencia como único elemento para condenarlo por toda la eternidad (y tengo fe que esa conciencia es una “ley moral” al estilo de Kant)
    Saludos!

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