En mi universidad acaban de inaugurar el nuevo edificio de biblioteca. Se siente bien disponer de un recurso así. El antiguo inmueble, con su añejo sistema de préstamo por mesón, se hacía asfixiante después de haber visto los desarrollos en materia de bibliotecas en Europa y en otras ciudades de Chile. Aún ahora los horarios de atención se me hacen demasiado limitados porque me cuesta evitar el referente de otras universidades donde hay salas de estudio que quedan abiertas las 24 horas, y de zonas de préstamo de libros que atienden hasta las 8, 9 o más tarde. Pero son detalles menores; creo que el uso logrará que se vayan corrigiendo con el tiempo.
Algo que me causa desconcierto es la ausencia de baños en el edificio. Es paradójico que tan monumental despliegue de modernidad vaya acompañado de una carencia de algo tan elemental. ¿Cuál será la razón? Hace meses me encontré con Jorge Marsino en Arica, en el contexto del proyecto para instalar un observatorio en la Primera Región (pronta a perder su número y cambiar de denominación). Conversando me enteré de que él había diseñado la biblioteca que acaban de inaugurar, pero que ya estaba en operaciones en esa fecha. Me dijo que el diseño de cualquier edificio respondía a los requerimientos del “cliente”. En el caso del observatorio, por ejemplo, me habían invitado a mí como “cliente”, aunque el observatorio fuera a ser propiedad de una universidad donde yo sólo estaba como visita. Supongo que en el caso de la biblioteca el cliente habrá pedido que no hubieran baños, pero no me imagino la razón. Es ineficiente estar haciendo un trabajo en la biblioteca y de pronto tener que desarmar todo porque el baño más cercano está algunos edificios más allá. En la Universidad de Concepción era cosa de caminar unos pocos metros hasta el baño del piso.
Marsino me preguntó, con comprensible curiosidad, qué opiniones daban quienes estaban usando el edificio. Lo primero que se me vino a la cabeza es que l@s estudiantes le pusieron el apodo de “el hospital”, pues a la distancia lo parece. El color blanco ciertamente no ayuda mucho a ahuyentar esa primera imagen. Luego pensé en que había escuchado muchas críticas (a las cuales me sumo) por la existencia y ubicación de custodias para las mochilas. ¿Qué sentido tiene permitir sensores en torno nuestro si no ganamos la libertad de poder circular con los materiales de estudio o trabajo que precisamente aquellos sensores serán los encargados de diferenciar de los libros que alguien se quiera llevar sin permiso? Finalmente le mencioné algo de esto al tiempo que destaqué la belleza de las vistas que se logran desde el edificio. Para mí ése es el elemento dominante. Me agrada el ambiente de la biblioteca; el acceso libre a las estanterías; la sensación de que computacionalmente por fin marcha con su tiempo. Pero lo que más me gusta es entrar a la biblioteca por el camino largo, que da acceso a personas discapacitadas, porque es un mirador sencillamente espectacular.
La directora se jubila estos días, viendo acabada esta obra. Es un espacio que tiene mucho potencial y espero con interés ver de qué manera se desarrollará en el futuro bajo una nueva dirección.